miércoles, 28 de diciembre de 2016

La Chancha Bruja


La leyenda de este personaje cuenta de mujeres con manía de transformarse en este animal, las que amparadas por la oscuridad de la noche, en lugares apartados, recitan conjuros, rezan oraciones diabólicas y realizan un ritual que consiste en darse tres vueltas para atrás y otras tres para adelante, esto según la creencia popular, para tirar el alma por la boca, la que queda depositada en un guacal o pana. Al concluir con este ritual, las mujeres quedan convertidas en chanchas de gran tamaño, agresivas y fuertes, frecuentemente de colores negros y embadurnadas de lodo podrido.

Su objetivo es ejercer venganza o causar daño a los hombres y mujeres por causa de celos, rivalidades, despechos o enemistades alimentadas por motivos pasionales. Como “chanchas brujas” andan en las calles y caminos siempre al trote. Apenas divisan a la persona “señalada”, aligeran el trote y comienzan gruñir fuertemente. Ya cerca de la persona, la envisten fuertemente, le dan trompadas y mordiscos en las piernas.

Esta trata de correr y si no lo hace a tiempo, la chancha bruja la derriba al suelo y la golpea hasta hacerla perder el conocimiento. Al día siguiente la victima aparece golpeada y mordida; y con los bolsillos vacíos.

Información tomada de Revista Rugido

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El Dueño del Monte



La leyenda del Dueño del Monte es de origen indígena y en ella se muestran diversas influencias culturales.

El pueblo bribri, de cultura perteneciente al Área Intermedia, que habita al sureste de Costa Rica, narra en sus historias el mito acerca de un genio formidable llamado W`öke (abuelo o viejo), un monstruoso itsa (demonio) con la forma de un viejo de cabello enmarañado, rostro demacrado y cubierto de luciérnagas, que vaga por las montañas espantando a los cazadores nocturnos. W`öke, para los bribris, era la versión masculina de otro mítico ser llamado Wíkela (abuela), un fantasma femenino con cara de mujer vieja y cuerpo de lechuza que vagaba por los ríos, mito en el que se basa el origen del cuento de la Tulevieja.

En el norte de Costa Rica, entre los pueblos de cultura mesoamericana como los chorotegas, botos y malekus, se cuentan historias acerca de gigantes de pelo enmarañado, llamados «muerras», que raptaban mujeres y se las llevaban a sus cuevas. Según estos indígenas, los muerras habitaban en las islas Ometepe y Solentiname, en el Lago Cocibolca, en Nicaragua, por lo que es posible que la leyenda se originase a partir de las primeras incursiones de los nicaraos desde el itsmo de Rivas hacia Nicoya y las llanuras del norte de Costa Rica.

Entre los misquitos, que ocupan la costa oriental de Nicaragua y Honduras, se narraba la leyenda del Sisimihski, del que deriva el nombre Sisimique o Sisimico, con el que se le conoce en estos países a un ser de aspecto simiesco, de monumentales proporciones, cubierto de pelo, que muestra un solo ojo, habita en las selvas y gusta de raptar mujeres, con la particularidad de que tiene los pies invertidos y por lo tanto deja huellas al revés. En Costa Rica, la criatura toma el nombre de Sisimiqui, en particular a partir del cuento del escritor costarricense Carlos Luis Sáenz «El gigante Sisimiqui». En la región de Matambú, en Nicoya, última reserva indígena chorotega en Costa Rica, se cuenta que el Dueño del Monte es pareja con la Sisimica, una versión femenina de él mismo, que se roba a los jóvenes que se internan en la montaña.

Información tomada de Wikipedia

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La Mona



La Mona, también conocida como Mona Bruja o Mico Brujo, es un personaje de una leyenda centroamericana de origen chorotega. Según esta leyenda, la monas eran brujas que, mediante oraciones indígenas ancestrales, se les desprendía la piel y les crecía el pelo, se les alargaban las manos y los pies, transformándose en un ser similar a un mono monstruoso de gran tamaño. Las monas podían desplazarse a gran velocidad a través de los árboles, generalmente para hacerle daño a sus enemigos en forma sorpresiva. Lo hacían en medio de carcajadas escalofriantes y alaridos espantosos que helaban la sangre de sus víctimas, dejándoles atontados o sin habla para el resto de la vida.

La única manera de librarse de estas entidades era cuando la víctima dominaba su miedo y decía oraciones cristianas de contra, clavaba una cruceta (un machete en forma de cruz) en el suelo, arrojaba un puño de maíz, de semillas de mostaza o de sal, y tiraba el sombrero boca arriba, de modo que hacía que la Mona amaneciese recogiendo los granos, sin soltarla hasta que se arrepintiera de sus sortilegios y jurara no volver a molestar a nadie en toda la comarca.

El mito de la bruja que se transforma en mona recibe otros nombres, siendo el más frecuente el de Mico Brujo, popular en Guatemala y El Salvador. En Nicaragua, son muy comunes las leyendas de brujas que se transforman en micos brujos (o monas brujas), ceguas y cerdos («chanchas»). En Costa Rica, el término de «Mona» a secas es más frecuente en la costa del Pacífico, en las provincias de Guanacaste y Puntarenas, ya que en algunas versiones más arraigadas al Valle Central se le llama «La Chancha» (se transforma en cerdo o danta), y además, existe la leyenda de otro espectro similar, el Micomalo, el cual, sin embargo, se supone que no es una bruja con forma de mona, sino el mismo Diablo en persona.

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La Bruja Zárate


Hay varias descripciones físicas de la bruja Zárate. El escritor costarricense Mario González Feo, en su cuento «Yo y la larva», del libro María de la Soledad y otras narraciones, dice que en su juventud, Zárate fue una «Diana Cazadora», comparándola con Diana, diosa romana de la Luna y la cacería. Según esta misma historia, Zárate se habría iniciado en la brujería al encontrarse en los montes a otro personaje legendario, el Dueño del monte, quien la presentó a Lucifer, con quien habría hecho un trato: entregarle almas a cambio de los dos lugares encantados de Aserrí y Escazú.

La mayoría de las versiones de la historia, no obstante, describen a Zárate como «una india vieja y fea»; también como «una mujer blanca, gorda, pequeña, de ojos grandes y negros, mirada fiera y maliciosa», que al hablar movía mucho las cejas y lanzaba estridentes carcajadas al conversar. Tenía el cabello negro - pelirrojo en una versión - , el cual peinaba a dos trenzas, y tenía andar cadencioso. Vestía humildemente enaguas oscuras, camisa blanca de manta sin gola y de cuello alto, un pañuelo grande oscuro sobre los hombros, sombrero de palma y andaba descalza; a veces, solamente se le describe vestida totalmente de negro, con un chal del color del vino tinto sobre los hombros. Uno de sus vicios preferidos era el tabaco.

La bruja vivía sola en sus encantos, aunque en una versión se dice que tenía un hijo muy feo y rico - por artes de su madre - llamado Estanislao. En otra leyenda, se menciona que tendría a la Tulevieja por compañera en el encanto de la piedra de San Miguel. Tenía múltiples mascotas: una lora, un gato, palomas, serpientes, animales de la montaña y un pavo real, este último, su mascota predilecta, a quien sujetaba con una cadena de oro a una de las patas. Estos animales eran en realidad personas que ella había transformado por haberse atrevido a entrar en sus dominios, a excepción del pavo real, que en realidad es el conquistador español de origen andaluz Bayardo Pérez Colma, que la enamoró y rechazó y a quien tiene prometido volver a su forma original una vez acepte ser su esposo.

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Duendes



El duende tradicional costarricense es descrito como un pequeño humanoide de más o menos medio metro de altura, que viste lujosamente o de forma estrafalaria, usando trajes de colores chillones y una especie de boina o gorro en lugar de sombrero. En algunas historias se cuenta un número total de siete duendes, vestidos generalmente de azul, rojo, amarillo o verde, con una capilla o golilla del mismo color. Se cuelgan al cuello, además, ristras de ajo. Poseen barbas largas y orejas puntiagudas como las de los perros. En algunas versiones, se dice que tienen piernas de gallo, las cuales dejan huellas al revés, para no poder ser seguidos, y que es frecuente encontrarse estas huellas en los playones de los ríos. También se les puede ver jugando por los potreros o cafetales a altas horas de la noche. Los campesinos costarricenses decían que los duendes eran ángeles que habían seguido a Lucifer en su rebelión, pero que, arrepentidos en la puerta del Cielo, se habían quedado atorados a la mitad del camino, o sea, en la Tierra. Se creía que una forma de espantarlos de las casas era con música bien alta, porque les recordaba el Cielo y entonces, asustados, se marchaban.

Los duendes son juguetones y traviesos. Les gusta hacer pillerías, como perder a los niños o a veces, incluso a los adultos o a los animales como perros y reses. Secuestraban a los niños - a veces, engañándolos con confituras o juguetes bonitos, en otras, por la fuerza - para jugar con ellos y luego los devolvían, pero alguna que otra historia dice que se los llevaban para siempre. Pueden hacerse invisibles y mortificar a los inquilinos de una casa echándoles porquerías en la comida, apagando el fuego, tirando tizones ardientes, haciendo ruidos con las ollas por la noche, molestando a los animales domésticos o incluso, lanzando conjuros sobre la gente, como en una leyenda donde hacen crecer el cabello de una mujer hasta cubrirle todo el cuerpo.

A veces, los duendes se encariñan con una familia y proceden a ayudar en el oficio doméstico: barren la cocina, lustran el molendero, chorrean café, baten el chocolate, desenyugan los bueyes, pican vástago, reparten plátano entre los terneros, raspan la tapa de dulce, fungen como protectores de los niños y hasta le traen comida a los dueños de la casa. A estos se les conocía como duendes familiares o serviciales. Enmarcada en este último aspecto, es que se desarrolla la leyenda de los duendes del bacín.

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La Carreta sin Bueyes



Es una leyenda perteneciente al folclor costarricense, acerca del espectro nocturno de una carreta que aparece por las noches y recorre las calles de algún pueblo o ciudad, sin que se vean bueyes que la arrastren ni tampoco boyeros que la dirijan.

El fantasma se caracteriza porque a simple vista, se observaría que la carreta camina por sí misma, con la yunta alta y vacía, sin bueyes que la arrastren o boyero que la dirija; aunque el mito cuenta que realmente sería conducida por el fantasma de una bruja o incluso en ocasiones por el mismo Satanás en persona, generalmente de forma invisible o convertido en un buitre.

Otra de las características del mito, según las versiones de la leyenda, es la presencia dentro del cajón de la carreta, del cadáver o espectro del dueño de la misma o de otra persona castigada a deambular dentro del vehículo por la eternidad como castigo por su mala conducta y como ejemplo para el resto de las personas. En otras ocasiones, el alma de la persona que ha visto la carreta y muere, queda para siempre atrapada en el cajón de la misma.

Lo más frecuente es que las personas describan que han escuchado el traqueteo de la carreta sobre el pavimento, pues verla comúnmente implica que el personaje que la ha visto morirá en el transcurso de los siguientes ocho días, además de que muchas veces verla puede hacer pensar al oyente que el fantasma vino explícitamente a asustar al narrador de la historia, dado que el espectro es, básicamente, un espanto de castigo o advertencia. Es frecuente también que varias personas reporten haberla escuchado al mismo tiempo a una misma hora (es un espectro con el don de la ubicuidad), avanzando lentamente hasta la puerta misma de la casa, para luego inmediatamente oírla distante alejarse. En algunas versiones también, la aparición del espectro anuncia la pronta llegada de una desgracia que se avecina, por lo que también se le considera un entidad pronosticadora de malos augurios.

También hay versiones en donde no siempre la visión de la carreta implica la muerte. En algunas ocasiones, escuchar la carreta sin bueyes y salir a enfrentarla es visto como un símbolo de valentía. En general, como la carreta es un espectro cuyo propósito es disciplinar a los han elegido el mal camino, su visión por parte de las personas cuyos actos no son motivo de castigo no implica la muerte, aunque los que sobreviven suelen enfermar por un tiempo y quedan con alguna deficiencia para toda la vida, como padecer de estrabismo o tartamudez. Finalmente, también es frecuente que algunos que sobreviven la hayan visto por accidente, confundiendo el sonido de su andar nocturno con el de una simple carreta normal, pero llevándose la sorpresa de ver la aparición ambulante sin los bueyes esfumándose en el aire.

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El Padre Sin Cabeza


La leyenda costarricense narra, en una de sus versiones, que el padre sin cabeza fue un sacerdote que emigró al Perú, que fue decapitado por la Inquisición por mujeriego, avaro y descarado, por lo que todavía anda buscando la cabeza. El origen de esta versión estaría en el cantón de Escazú, la llamada "Ciudad de las Brujas", por la abundancia de mitos y leyendas de fantasmas y seres sobrenaturales que caracterizan esta ciudad costarricense.

Una de las versiones más populares, sin embargo, de la leyenda, dice que el fantasma del padre sin cabeza se aparece en el distrito de Patarrá, en una ermita localizada en una calle conocida como "La Calle del Cura del Cabeza", donde el espectro se materializa dando misa a los pecadores, pasando todo el rito religioso de espaldas, sin dar la cara, oculto entre las sombras, hasta que a la hora de dar la eucaristía, cuando el testigo se acerca, el cura se da vuelta y la persona nota, horrorizada, que le falta la cabeza.

En el cantón de San Ramón, existe otra versión donde el padre sin cabeza sería el espíritu de un sacerdote al que le gustaba mucho el juego, quien habría amasado una gran fortuna y la habría ocultado bajo un frondoso árbol de esta ciudad, luego de lo cual habría hecho un viaje a Nicaragua, siendo decapitado en ese país. Su fantasma se aparecería a los pies del árbol cuidando que nadie le robase su tesoro.

En la ciudad de Cartago, capital colonial del país, también corre la leyenda de que el padre sin cabeza se aparecería en las ruinas de la antigua iglesia destruida por los sucesivos terremotos de 1841 y 1910. La causa sería un horrible sacrilegio, cuando un furioso enamorado, por amor a una mujer bellísima, dio muerte, sobre las gradas del altar, al sacerdote en el momento en que éste consagraba la hostia.11 En otra versión de esta misma leyenda, tanto el novio como el cura son hermanos, enamorados de la misma mujer, y es el cura el que da muerte a su hermano en el momento de la boda, razón por la cual luego es decapitado, y por la misma causa, su fantasma se aparece en dichas ruinas. Este asesinato es también la razón, según la leyenda, por la que dicha iglesia no puede ser reconstruida.

En Costa Rica, también, se narra la leyenda del pirata sin cabeza, el cual cuidaría un tesoro producto de la piratería en la playa de Tivives, en el pacífico costarricense. También existe otra leyenda sobre un jinete sin cabeza que se aparece en la pampa guanacasteca.

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El Cadejo


El Cadejo costarricense (llamado popularmente "Cadejos") es descrito como un perro negro grande, similar a un lobo adusto, flaco, erizo, lanudo, con dos intensos ojos rojos encendidos y radiantes, cola larga y ancha, de afiladas uñas largas que resuenan en el pavimento (o bien, patas de cabra, según la versión), que arrastra gruesas cadenas. No es de carácter bravo o sanguinario y jamás ataca a ningún hombre. Concreta su maleficio a seguir tenazmente al hombre parrandero y trasnochador, generalmente en estado de ebriedad, hasta la puerta de su casa, y algunas veces, a esperarlo en la entrada de su habitación (con sus ojos rojos brillando en la oscuridad del umbral), como un mudo reproche. Siempre conserva la distancia. Contra él son inútiles balas o armas blancas, y antes de verse forzado a hacer el mal, desaparece. También, cuando los niños se desvelan, puede ser evocado, y al poco tiempo se escucharán las uñas en las baldosas o las paredes de la casa, con su aliento resoplando por una hendija de la ventana, sin marcharse hasta que halla silencio y el niño caiga en profundo sueño.

Sobre su origen, la principal versión es acerca de un joven llamado Joaquín o José Joaquín. En una de las versiones se dice que era hijo de un gamonal de Escazú, mientras que en otra, de un anciano de Cartago. Coinciden las versiones en que se trataba de un muchacho dado a la bebida, irresponsable, vagabundo y amigo de fiestas y desórdenes, hasta que un día, tras varios días sin regresar a casa, causó el más profundo disgusto de su padre, quien le maldijo con los peores apóstrofes, vertiendo sobre él tanta indignación y dolor de espíritu que finalmente el muchacho terminó transformándose en ese ser.

Además de versiones similares a las indicadas anteriormente, existe otra versión de ésta, donde el Cadejos habría sido en otro tiempo un sacerdote, el cual deformó el sentido religioso de la comunidad en la que era cura párroco. Por ello, Dios lo castigó originalmente condenándole a permanecer cien años en la figura de un espectro animal con forma de un mítico cadejo, el cual tiene la apariencia de un perro negro cargado de cadenas, con una cola larga y mechuda, patas de cabra y dientes de jaguar, y cuyos ojos refulgen en la noche. En esta forma se dice que debe cumplir el papel de eterno aliado del hombre. Por ello, al igual que un cadejo, él cuida a los borrachos al volver a sus casas, y amedrenta a los niños desobedientes en sueños.

También se dice que pasados casi los cien años, el Cadejos se suicidó arrojándose al cráter del volcán Poás. Pero producto de tratar de matarse antes de cumplir su castigo, no pudo morir, y desde aquel día sería quien provoca los estremecimientos del coloso; y por ello aún existe con la forma de un cadejo.

Otra versión narra la historia de un joven, que cansado de las continuas borracheras de su padre, elabora un plan para que éste se reforme. El plan consistía en esperar a su padre en un camino solitario mientras hacía sonar unas cadenas y hacer ruidos para asustarlo y que dejara de emborracharse.

La noche llegó, y como era costumbre, el padre salió de la cantina del pueblo totalmente borracho. Al entrar a un camino solitario, escuchó el sonido de cadenas y gruñidos que le hicieron helar la piel. Al ver que su padre estuvo a punto de desmayarse, el hijo salió de su escondite para decirle al padre que era un plan para hacerlo recapacitar, pero que nunca se imaginó que lo afectaría tanto. El padre al reponerse del susto maldijo a su hijo diciendo: Echado y en cuatro patas seguirás por los siglos de los siglos, amén. A partir de ese día, el Cadejos acompaña a los hombres trasnochadores, guiando su camino a casa y alejando cualquier peligro que pueda encontrar.

Al Cadejos por lo general se le atribuyen poderes místicos como el poder evitar ser dañado por aquel al que protege o por lo que lo trate de dañar, siendo así inmune a las armas blancas y de fuego. Por lo general al verse atacado desaparece en el aire como una sombra y reaparece detrás de su atacante.

Información tomada de Wikipedia

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La Tulevieja


En la mayoría de las versiones, la Tulevieja es descrita como una mujer baja de estatura, de contextura gruesa, que porta un sombrero de alas caídas (un tule viejo y arrugado), mal vestida y con el cabello enmarañado, la cual generalmente se presenta con el pecho desnudo, mostrando dos enormes senos mamarios tan cargados de leche materna, que ésta se desborda, por lo que es frecuente que detrás de la criatura se observen gran cantidad de hormigas de todo tipo que vienen siguiendo el rastro de leche. Es común que se le describa como híbrido de mujer y pájaro: tendría alas cortas pero poderosas, a veces de ave y a veces de murciélago, o no las tendría del todo, según la versión, pero lo más característico serían sus patas y garras de águila o gavilán, en lugar de piernas, que dejan huellas invertidas, de modo que no pueda ser seguida. Se alimentaría de carbones y cenizas, por lo que sería frecuente encontrar sus huellas en fogatas recién apagadas.

Las motivaciones de la Tulevieja para aparecer varían según la versión de la leyenda: en el sincretismo del cuento con la historia de La Llorona, su alma condenada recorrería los ríos llorando la pérdida del hijo que rechazó, con los dolorosos senos rebozantes de leche siempre listos para alimentar al bebé que nunca encontrará. En esta parte de la leyenda, la Tulevieja alimentaría a cualquier bebé que encontrará en su camino, y sería la razón por la que se apareciera en los poblados rurales, atraída por el llanto de los recién nacidos o el aullido de los perros, que confunde con el hijo extraviado. Al día siguiente de su visita, se encontraría el rastro de hormigas alimentándose de los restos de leche materna desperdigados por el pueblo, así como las huellas de las patas invertidas. En esta parte de la historia, la visita de la Tulevieja a un hogar donde habitase un recién nacido sería muy peligrosa, porque es probable que el monstruo robe al niño creyendo que es el suyo.

Más alejada de su encarnación como alma en pena, estaría también su función como espíritu vengador femenino, castigando a los hombres lujuriosos - figura del irresponsable padre de su hijo -, los cuales, atraídos por sus voluminosos pechos, la invitarían a bailar, solo para encontrar la muerte desgarrados entre las zarpas del monstruo. La única forma de salvarse de ella, una vez dado el encuentro, sería rezando la oración del "Alabado sea el Santísimo", lo que la haría alzar el vuelo desapareciendo rumbo al sol. En la leyenda indígena, no obstante, la única forma de defenderse de la criatura era mediante la utilización de unos bejucos hechos de tule benditos por el dios Sibú, que tenían el poder de atar a la Tulevieja.

La Llorona



Previo a la conquista de Costa Rica, entre los indígenas de Talamanca existían historias de espíritus de mujeres lloronas que vagaban por los bosques, como Sakabiali y la Wíkela.

La tradición cuenta que se trataba de una muchacha indígena muy hermosa, hija de un rey de la etnia huetar. Cuando la conquista española, ella se enamoró de un español y él se enamoró de ella, por lo que pidió su mano a su padre, pero este ya la había prometido a otro rey indígena, por lo que su amor era imposible. Por esto, se veían secretamente en lo alto de una cascada, para que el padre de ella no se diera cuenta. Ella quedó embarazada y dio a luz un hijo, al cual escondió por temor a la ira de su padre, el cual, sin embargo, se enteró del idilio, por lo que retó al español a un duelo por haber deshonrado a su hija.

Intentando reconciliar a su padre y a su amado, la mujer intervino, pero el padre le reveló que, enterándose de la existencia del niño, se había apoderado de él y lo había arrojado desde lo alto de la catarata. Luego, él la maldijo, y la condenó a vagar eternamente por las orillas de los ríos buscando a su hijo perdido, perseguida por los espíritus malignos y llorando su desgracia. Desesperada, la mujer huyó por el bosque dando estridentes alaridos, mientras el indígena y el español se lanzaron a un combate a muerte que le costó la vida a ambos. Desde entonces, los viajeros que atraviesan los bosques en las noches calladas cuentan que, en la vera de los ríos, se escuchan ayes quejumbrosos, desgarradores y terribles que paralizan la sangre: es la Llorona que busca a su hijo y cumple la maldición de su padre.

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La Cegua


Según la leyenda, la Cegua es un ser monstruoso que se aparece de noche por caminos solitarios a los hombres mujeriegos que viajan solos, generalmente a caballo (o en automóvil o motocicleta, en relatos más modernos), bajo la forma de una hermosa muchacha. Es descrita como una joven muy linda, blanca (o morena, según la versión), de rostro ovalado, ojos negros y grandes, largo pelo rizado de color negro y boca preciosa, con labios rojos como sangre, con una voz divina que arrulla como canto de sirena, y de cuerpo con curvas pronunciadas, esbelto y tentador. Va vestida de negro completo o de blanco y en algunas ocasiones, con un vaporoso vestido de color rosado, y en otra versiones, con un lujoso vestido de época. En la versión nicaragüense, además, podría llevar puesto sobre el rostro un delicado velo. Al verla, ella convencería al varón de que la suba a su caballo. El hombre, al voltear la cabeza para contemplar lascivamente a la joven, se encuentra con que realmente ha subido a su caballo a un espectro que, donde tenía cabeza de mujer, ahora presenta una calavera de caballo cubierta con carne podrida, ojos fulgurantes, un hocico cavernoso repleto de enormes dientes averiados y un aliento hediondo y putrefacto. El monstruo, entonces, se aferra fuertemente al jinete. El caballo, que parece darse cuenta de lo que lleva encima, echa a correr en galope salvaje sin que nadie pueda contenerlo. Se afirma que aquellos que al montar a la doncella han tenido malas intenciones, esos mueren todos, y se les encuentra tendidos con los ojos abiertos y saltados; los otros quedan inútiles para toda la vida. Existen también un par de historias donde la Cegua se presenta no como una mujer, sino como un niño que llora a la vera del camino o cerca de un río, y cuando el jinete lo levanta y lo sube al caballo para calmarlo, se da la horrible transformación.


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jueves, 22 de diciembre de 2016

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